En la página 47 del suplemento Zona del diario Clarín del
domingo 26 de junio de 2016 tres títulos llamaron mi atención:
“El embarazo,
en el útero de otra mujer”
“La gestación
por sustitución no está prohibida aquí”
“En el mundo
cada vez hay más restricciones”
Mientras leía los textos de Sergio Pasqualini, Fabiana
Quaini y Donna Dickenson, algunas frases me conmovieron:
“(…) Siempre
prevalece el interés superior del niño. (…)”
“Existen
casos donde quienes quieren ser padres no tienen ninguna mujer que pueda llevar
el embarazo en Argentina. Entonces es posible que los embriones sean originados aquí y transportados a otros países como
Estados Unidos, Canadá o Ucrania, para luego seguir con el proceso de útero
portador allí. (…)”
“(…) debido a
la creciente preocupación porque el alquiler de vientres lleve al tráfico de personas y a la explotación de
mujeres, las autoridades (…) han decidido que las preocupaciones éticas
superan a los beneficios económicos.”
“El bando a
favor del alquiler de vientres enfatiza los beneficios de la práctica, entre
los que se cuentan la diversidad de
opciones reproductivas y concesiones para el pluralismo sexual. Pero aunque
esas puedan ser consideraciones genuinas e importantes, no se los puede poner
por encima de la necesidad de evitar la explotación de algunas de las mujeres
más vulnerables del mundo.”
Quienes me conocen personalmente saben que mis abuelos eran
ucranianos; y, que ellos fueron, quienes me transmitieron el respetuoso sentir
por aquel origen. Un origen que los avatares históricos destacan por su
vulnerabilidad frente a posiciones alejadas de toda consideración por el ser
persona.
Hoy, como ayer, a casi unos pocos meses de conmemorar los 25
años de su última declaración de Independencia, en Ucrania esa vulnerabilidad
vuelve a mostrarse. Si no, ¿por qué razón, una mujer ucraniana aceptaría
alquilar su vientre para gestar un embrión concebido aquí en Argentina?
Por otra parte, muchos de Ustedes también están al tanto de
mi interés por la Bioética y que, (si bien me desempeñé y me desempeño en
comités de bioética donde diversas antropologías de referencia guiaban y guían
los aportes de muchos de sus miembros), con convicción adhiero a la bioética
personalista ontológicamente fundada de inspiración tomista.
Por todo esto, la lectura del diario del domingo, aquí en
Buenos Aires, no me deja indiferente.
El tema es delicado; y, de ningún modo, pretendo abrir
juicio sobre decisiones personalísimas como el mismo hecho de ser mamá o de ser
papá. Simplemente, y si deciden seguir leyendo, compartiré algunas
consideraciones que, lejos de cerrar el tema, sólo dejan en evidencia algunos
de los tantos aspectos que creo son importantes al pensar sobre el alquiler de
vientres.
La Congregación para la Doctrina de la Fe, en el número 4 de
su Documento Donum Vitae sintetiza en
pocas palabras una valiosa reflexión: “(…)
lo que es técnicamente posible no es, por esa sola razón, moralmente admisible
(…)”.
Otra frase que me parece adecuado transcribir es aquella que
Domingo Basso OP exponía en la página 13 de la segunda edición de su libro Los Fundamentos de la Moral de 1997: “La palabra ética procede del grigo êthos,
que significa costumbre, y equivale totalmente al término moral derivado del
latino mos
de igual significado.”
El motivo de esta aclaración semántica es porque no son pocos los que creen que
ética nada tiene que ver con moral. Como dice Jérôme Lejeune en “Genetique, Ethique et Manipulations” (Revista
IATRIA, n.175, Agosto de 1986, pág.67.): “Al
margen de los desarrollos de la tecnología, se observa actualmente una curiosa
evolución del sentido de las palabras. (…) En nuestros días se dice ‘ética’. El
que habla de moral entiende que las costumbres deberían conformarse
con las leyes superiores, mientras que quien habla de ética
sobrentiende que las leyes deberían adecuarse a las costumbres”.
Por eso, conociendo este modo de pensar, es posible entender
cómo, para muchas personas, es dable admitir que la voluntad procreacional no
encierre en sí misma ningún valor y por lo tanto puede asociarse con la acción
de alquilar; es decir, con el acto de tomar de alguien algo (en este caso un
útero) para usarlo por el tiempo y precio convenido para obtener el resultado
esperado (un hijo).
Ahora, si bien el alquiler es el precio que una parte le
paga a otra por el servicio que esta última le presta consentidamente, ¿la
servidumbre activa del proceso de gestación y su fruto/producto ordinario puede
quedar comprendida en un simple contrato de alquiler?
¿Qué actitud relativista o reduccionista lleva a ignorar que
cada ser humano, varón o mujer, es mucho más que un complejo de tejidos,
órganos y sistemas capaz de procrear un niño?
¿Qué actitud relativista o reduccionista lleva a ignorar que
el embrión humano es un ser cuya esencia define su natural realidad humana sin
importar si hubiera concretado su existencia formal o si se está haciendo
referencia en abstracto a él?
¿Qué actitud relativista o reduccionista logró quitarle todo
valor al ser persona humana convirtiéndolo en un simple medio para dar
satisfacción a otros?
Nadie sintetiza mejor que Sartre esta contemporánea
situación filosófica; en especial, cuando dice que “los valores (…) son y se sustentan por la ex-sistencia o libertad
del hombre. Con la libertad [el
hombre] elige los valores y les da consistencia” (Nota al pie en la página
5 de Los Fundamentos Metafísicos del Orden Moral de Octavio Derisi -1980-).
Así, privado de todo valor, el ser humano (embrión, feto,
mujer, varón, hijo, …) termina siendo una inmanencia vacía susceptible de
cualquier manipulación.
Inmanencia vacía de toda inteligencia que no puede acceder a
la verdad y respetarla como realidad.
Inmanencia vacía capaz de asemejar el vientre materno con
una cosa mueble no fungible o raíz, con una cosa indeterminada o con una cosa
susceptible de licencia o autorización cuyo alquiler es posible.
Inmanencia vacía capaz de otorgarle al embrión humano
categoría de objeto de un contrato que deja de lado cualquier posibilidad de
hacer prevalecer el interés superior del niño que es.
Inmanencia vacía capaz de convencerse y convencer sobre la
licitud de convertir a la mujer en locadora de un contrato sobre su función
gestacional ante un locador que, por alguna razón, está impedido de ejercerla.
Como acontece cada vez que la ciencia incrementa su saber y
su hacer, la esperanza ante las nuevas oportunidades no debe apartar la atenta
reflexión de la cuestión.
Y al respecto, compartimos lo escrito por Octavio Derisi en
la página 4 de su libro Los Fundamentos
Metafísicos del Orden Moral de 1980: “(…)
Las cosas no son ni suceden como los filósofos [y los demás hombres de
ciencia] quieren y dictaminan, sino
simplemente como son. (…)” Porque,
por más que aquello que no está prohibido pueda llevarse a cabo, ninguna ley
puede amparar el ejercicio abusivo de los derechos de unos, máxime, cuando
éstos se pretenden ejercer sobre otros en condiciones de extrema
vulnerabilidad.
Roxana Elena Stasiow