Están en Argentina Daria Herasymchuk y dos chicos ucranianos
que fueron prisioneros de los rusos que invaden Ucrania. Nada de lo que pueda
escribir es algo lindo. No hay palabras amables para describir lo que vivieron
esos chicos y que van a recordar por el resto de sus vidas.
La invasión rusa a gran escala sobre Ucrania es una
violación permanente de los Derechos Humanos de todos y, especialmente, de los
niños y adolescentes.
Rusia se lleva por delante todos los Tratados
Internacionales de Derechos Humanos.
Hoy es Ucrania, mañana quién sabe.
Compartir esto que escribo es apenas intentar que las voces
de esos niños y adolescentes se escuchen (en INFANCIA SECUESTRADA | El
proyecto documental @online.ua (youtube.com) pueden oírlas -porque quienes
hicieron el documental tuvieron el gesto de subtitular lo que dicen sin
superponer la voz de quien traduce-).
Seguramente pueda hacer mucho más que sólo hablarles de
esto. Pero es algo. Poco. Pero algo.
Buscando explicación, o quizás buscando encontrar consuelo,
ante tan dolorosos testimonios retomé la lectura de “Dignitas Infinita” porque
se ocupa de “(…) temáticas estrechamente relacionadas con el tema de la
dignidad (…)” prestando “(…) mayor atención a las graves violaciones de la
dignidad humana que se producen actualmente en nuestro tiempo (…)”.
La dignidad es la misma esencia de la persona humana. Es
aquello que nos permite reconocernos a nosotros mismos en el prójimo. La
dignidad de cada persona humana y de todos nosotros es “(…) inmensa e inalienable
(…)”. Sin embargo, y aunque los Tratados Internacionales de Derechos Humanos la
reconocen como algo intrínseco y propio de cada miembro de la familia humana, no
todos la respetan. “(…) La denuncia de estas graves y actuales violaciones de
la dignidad humana es un gesto necesario (…)”.
Esta “(…) dignidad existe “más allá de toda circunstancia” (…)
[es] una verdad universal, que todos estamos llamados a reconocer, como
condición fundamental para que nuestras sociedades sean verdaderamente justas,
pacíficas, sanas y, en definitiva, auténticamente humanas.”
La invasión a gran escala de Rusia sobre Ucrania nos
interpela. Nuestra acción o inacción tendrá impacto en la Historia. Seremos quienes
decidimos proteger la vida y la dignidad de todos y cada uno o seremos quienes
confundimos el bien con la conveniencia y la verdad con el consenso. Seremos
quienes buscamos el bien de todos y cada uno con prudencia o seremos quienes
nublemos nuestra conciencia para justificar lo injustificable.
“(…) (Dignitas Infinita) Una dignidad infinita, que
se fundamenta inalienablemente en su propio ser, le corresponde a cada persona
humana, más allá de toda circunstancia y en cualquier estado o situación en que
se encuentre. Este principio, plenamente reconocible incluso por la sola razón,
fundamenta la primacía de la persona humana y la protección de sus derechos. (…)”
Ningún jefe de Estado puede negar estas razones objetivas. Rusia tampoco.
Esta “(…) dignidad inmensa representa un dato originario a
reconocer con lealtad y a acoger con gratitud. Es precisamente en ese reconocimiento
y aceptación donde puede fundarse una nueva convivencia entre los seres humanos
(…)”. Quien no la reconoce y acepta es capaz de los más horrendos crímenes y de
alterar la paz mundial.
Dice el Papa Francisco: “(…) <<el ser humano tiene la
misma dignidad inviolable en cualquier época de la historia y nadie puede
sentirse autorizado por las circunstancias a negar esta convicción o a no obrar
en consecuencia>>. (…)” Nadie, porque quien obra avasallando la dignidad
de otra persona “(…) se comporta de un modo que “no es digno” de su naturaleza
(…). Pero esta posibilidad existe. (…)” Ejemplo de ello, es el secuestro de los
niños ucranianos por parte de los rusos invasores. Secuestro, sí. Porque las
personas de buena voluntad no somos ingenuas ni estúpidas. Secuestro, sí. Porque
las personas de buena voluntad sabemos reconocer argumentos falsos. Secuestro,
sí. Porque las personas de buena voluntad reconocemos que la intención rusa no
es proteger ni socorrer a los niños. Si así fuera, no hubieran bombardeado hospitales
materno-infantiles o el edificio de un teatro donde claramente se anunciaba con
letras grandes que allí había niños. “(…) Cuando esto sucede, nos encontramos ante
personas que parecen haber perdido todo rastro de dignidad. (…) [y] la
capacidad, inherente a la propia naturaleza humana, de asumir obligaciones
hacia los otros.”
“(…) Hay que reconocer que se opone a la dignidad humana <<cuanto
atenta contra la vida (…)>>. Atenta además contra nuestra dignidad
<<cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las
mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para
dominar la mente ajena>>. Y finalmente <<cuanto ofende a la
dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones
arbitrarias, las deportaciones (…)>>”. Todo esto lo vivieron y lo viven los
niños y adolescentes ucranianos secuestrados por los invasores rusos. Hay
testimonios. Hay pruebas de ello.
La invasión a gran escala de Rusia sobre Ucrania “(…) niega
la dignidad humana (…) [,] atenta contra la dignidad humana a corto y largo
plazo (…). Ninguna guerra vale las lágrimas de una madre que ha visto a su hijo
mutilado o muerto (…); y ninguna guerra vale la desesperación de los que están
obligados a dejar su patria y son privados, de un momento a otro, de su casa y
de todos sus vínculos familiares, de amistad, sociales y culturales que se han
construido, a veces a través de generaciones (…)”.
“(…) La profunda dignidad inherente al ser humano en su
totalidad de mente y cuerpo nos permite comprender también por qué todo abuso
sexual deja profundas cicatrices en el corazón de quienes lo sufren: éstos
están, de hecho, heridos en su dignidad humana. (…)” Qué decir cuando hay
evidencias que los invasores rusos violaron a un niño de apenas 4 años.
Qué más se puede decir.