Kharkiv, 11/7/2025: rusia bombardeó una maternidad en Ucrania
Bombardear hospitales materno-infantiles no es sólo una violación legal, es una herida moral que desfigura el rostro de la humanidad. Los hospitales materno-infantiles no sólo son espacios médicos, son símbolos de protección, continuidad y cuidado. Atacar hospitales materno-infantiles en contextos bélicos no sólo viola el Derecho Internacional Humanitario, sino que constituye una afrenta directa a la dignidad humana y marca la falta de respeto por la vida y la esperanza. Atacar maternidades en contextos bélicos, representa una herida moral de escala global. Intentaremos aproximarnos a las razones detrás de estos ataques y al imperativo ético de proteger a los más vulnerables. También, a partir de este dato de la realidad reciente, nos haremos algunas preguntas que dejaremos abiertas a modo de reflexión.
Aunque parezca inconcebible, algunas cosmovisiones intentan justificar estas acciones y algunos seres carentes de humanidad las llevan a cabo. Atacar un espacio tan simbólico como una maternidad expone cabalmente la naturaleza de quien ordena una acción como esta. Quien ordena atacar un hospital materno-infantil desprecia la vida humana y el futuro, desprecia su propia condición.
El Convenio de Ginebra con sus Protocolos Adicionales y el Estatuto de Roma prohíben los ataques a los hospitales civiles, especialmente los dedicados a la atención materno-infantil. Sin embargo, cuando esto ocurre, que el Derecho Internacional condene estos actos de forma categórica y los considere violaciones graves y amenazas directas a la dignidad humana, parece mera retórica.
La indiferencia ante estas agresiones es la manifestación más brutal de una crisis ética global que compromete el futuro civilizado de la humanidad.
La consecuencia del bombardeo a un hospital materno-infantil es una herida colectiva, una herida que lastima el alma misma de las personas de bien, una herida que provoca un dolor profundo en la experiencia humana que va más allá del número de víctimas. Es una afrenta ética y espiritual que no sólo destruye un edificio, sino que vulnera el mismo derecho a nacer, a sanar, a cuidar y ser cuidado.
Es responsabilidad de todos alzar la voz, preguntarnos por qué alguien ataca de este modo un servicio de atención que se ocupa de los recién nacidos; por qué se empeña en negarle el futuro a otros; con qué derecho busca suprimir la vida de los recién nacidos; cómo es posible que pretenda eliminar la fuente misma de toda esperanza terrenal.
Estas preguntas no tienen respuestas simples (mucho menos breves), pero su sola existencia revela que algo esencial se está quebrando o se ha quebrado. ¿Hasta qué punto podemos naturalizar este horror? ¿Qué tipo de humanidad estamos construyendo cuando el llanto de un recién nacido ya no genera protección, sino se convierte en blanco?
El silencio nos vuelve cómplices. La reflexión colectiva, en cambio, puede ser el inicio de la reparación.
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