La investigación en embriones humanos
De mentiras no se alimenta la esperanza
Mientras se espera que el Tribunal europeo de Justicia se pronuncie sobre el problema de las patentes de líneas celulares producidas con embriones humanos y en Alemania, después de la muerte de un niño tratado con células estaminales, se cierra un centro, en Francia el Senado ha restablecido la prohibición del uso de embriones humanos con fines de investigación. Inmediatamente se han levantado protestas que tachan la decisión de oscurantista y contraria a la libertad de investigación.
Aun no exenta de incongruencias y contradicciones, en la situación actual de la investigación biológica –donde parece regir sólo el principio de que es lícito hacer todo lo que sea técnicamente posible– la ley francesa representa a su manera una opción valiente y se dirige a la salvaguardia de la dignidad de la persona humana. Cierto: se trata de una “prohibición con derogatorias”: desde el primer lanzamiento de la ley bioética francesa en 2004 hasta hoy, la Agencia de biomedicina ha autorizado investigaciones con embriones humanos en 58 proyectos de 64 (el 90,6 por ciento), demostrando que los organismos delegados para la concesión de derogatorias son los que tienen la última palabra. Pero las normas inciden en la costumbre y tiene siempre un valor educativo, y por lo tanto es, con seguridad, más aceptable una ley prohibitiva con derogatorias que una normativa como la británica, que liberaliza con algún límite las investigaciones en embriones humanos.
En la biomedicina de las células estaminales son muchas las malas informaciones y las mentiras, tanto sobre las consecuencias biológicas reales como sobre las aplicaciones clínicas. Situación que contribuye a alimentar esa mentalidad acrítica que demoniza como anticientífico y contrario al progreso cualquier intento de reglamentación. Y “estaminal” se ha convertido en una especie de palabra mágica que produce un valor añadido (progresista) a todo: desde los cosméticos hasta las propuestas terapéuticas más absurdas.
Al navegar en la red con palabras clave como “terapias celulares” se encuentran cientos de sitios, la mayor parte de ellos con promesas irreales, si no incluso con estafas. Con todo, estos sitios hasta exhiben nombres altisonantes de instituciones científicas con personal médico capaz de atender cualquier patología (también con la utilización de células embrionales humanas). Tras estas instituciones se ocultan a menudo intereses económicos, a veces con tonos filosóficos, pseudo-religiosos, mágicos. En el mejor de los casos se trata de terapias aún no aprobadas; en otros casos, inútiles o incluso con efectos negativos para la salud. El Committee for Advanced Therapies, en el marco de la European Medicines Agency, ha intervenido recientemente en “Lancet” denunciando el turismo médico hacia clínicas que proponen terapias ineficaces, a veces peligrosas y siempre, en cualquier caso, muy costosas. Por limitado que sea, el fenómeno también está presente en Europa, contribuyendo a crear un halo de descrédito igualmente en torno a investigaciones clínicas conformes a normas éticas correctas. Hace poco, en Alemania, las terapias con células estaminales se colocaron bajo acusación por el caso del centro X-Cell de Düsseldorf, ambicionada meta del turismo médico debido a la reputación de la que goza el país también en el plano científico y médico, y que en cambio actuaba sin haber producido jamás documentación.
Para que no se incrementen semejantes fenómenos se necesitan controles y verificaciones, pero también una información correcta y honesta. Sucede, de hecho, que hasta a los entes públicos de investigación les seduce enfatizar presuntos descubrimientos para justificar y obtener financiación. Por otro lado, los medios de comunicación juegan frecuentemente con el sensacionalismo sin ocuparse de verificar la bondad y el valor de noticias que las agencias de prensa lanzan acríticamente. Ocurre a menudo que la enfatización de ciertas informaciones biomédicas se recibe de forma errónea, generando en pacientes y familiares esperanzas infundadas y sucesivas desilusiones amargas. Todos, y en particular los pacientes, tiene el derecho de ser informados de los progresos en campo médico, pero también el de no ser engañados. En efecto, no es con las mentiras como se alimenta la esperanza de los enfermos.
Augusto Pessina, Universidad de Milán
L´Osservatore Romano
14 de junio de 2011
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