jueves, 20 de septiembre de 2007

No podemos alcanzar la felicidad solos

Todas las personas logramos nuestra plena realización como seres humanos cuando colaboramos con los otros y aceptamos que nuestro bien se da con el concurso de todos.

Los hombres, por su propia indigencia humana, se necesitan los unos a los otros y, por lo tanto, la realización del bien común se convierte en un deber de todos.

Nadie accede a su perfección como ser humano si no conserva su salud, si no está adecuadamente educado, vestido, instruido, etc.; pero, es cierto también, que nadie puede hacer todo esto si está solo.

Si cada uno aporta algo a los demás y se beneficia del aporte de los otros. Si todos tenemos derecho a la vida desde la concepción. Si la vida es el presupuesto para poder disfrutar de todos los demás derechos, ¿cómo es posible que nos empeñemos en negar aquellas leyes que sin estar escritas existen desde siempre y que nos impiden olvidarnos que todo ser individual perteneciente a la especie humana tiene una exclusiva dignidad personal?.

La vida -don de Dios y tarea del hombre- es el fundamento de la convivencia humana, el vínculo que nos permite el enriquecimiento mutuo y la razón de ser del bien común.

Si el Bien se confunde con la conveniencia y la Verdad con el consenso, la dignidad de la vida se reduce y se relativizan todos los derechos del hombre.

Fuimos creados por amor y para amar. El amor no existe como realidad aislada y su misterio más profundo es la capacidad de crear relaciones que comprometen nuestras vidas pero sin condicionarlas. El amor concreto nos hace más plenos. Vivir para y con los demás nos hace más felices.


Fuente:
BLANCO, Guillermo: Curso de Antropología Filosófica, EDUCA, Bs. As., 2004, pp.390-392.
REVELLO, Rubén: Familia y Vida. Compendio de Cuestiones Legislativas, Conferencia Episcopal Argentina, Bs. As., 2004.

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